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CUANDO LOS SÍNTOMAS DE TRAUMA PERSISTEN

Para ayudarte a comprender por qué los síntomas persisten y afectan al comportamiento, de un niño/a, adolescente y/o de un adulto, a continuación vamos a analizar cómo se comporta un cerebro traumatizado. Esto puede ayudarte a comprender qué es lo que hace que una persona que haya vivido una situación traumática se comporte de la manera en que lo hace incluso después de que el peligro se haya terminado. 

Cuando los sucesos abrumadores han sido excepcionalmente intensos, prolongados o repetidos, hay un cambio en la función del cerebro que hace que la vigilancia/alerta ante determinados eventos o situaciones puedan causar una percepción de peligro cuando no lo hay. 

Para que podamos entender mejor este cambio en la función cerebral, vamos a explicarlo con un ejemplo. Imaginemos que se encuentran dos niños, Daniel y Marcos, en un parque jugando y aparece un perro de gran tamaño; teniendo en cuenta que Daniel sufrió, hace aproximadamente seis meses, un ataque por un perro parecido. Ante esta situación cabe esperar que ambos vayan a reaccionar de una manera muy diferente, debido a que uno ha podido desarrollar un trauma por el ataque que sufrió y el otro niño no. 

Cuando nuestro organismo se enfrenta a algún tipo de temor, situación de peligro o a una situación que haya podido ser traumática, nuestro cerebro se activa significativamente, especialmente en dos estructuras, llamadas cerebro reptiliano y el sistema límbico; áreas que controlan el comportamiento y pensamiento instintivo para sobrevivir, y la regulación emocional, respectivamente, como podemos ver en la imagen. Y estas áreas, si consideran que la persona, en este caso Daniel, se encuentra en una situación de peligro, activan lo que llamamos mecanismos de supervivencia “lucha/huida/parálisis”. 

 
Así mismo, esto se produce porque el área encargada del razonamiento y la reflexión, llamada neocortex, , envía recordatorios simples recurrentes del suceso aterrador (flashbacks), pese a que el peligro real se ha terminado. Siguiendo con el ejemplo expuesto, esta área se activaría cada vez que Daniel se encuentre con un perro o piense en una situación en la que lo podría hacer, porque se generan recordatorios intrusivos y negativos de esa situación.  Todo esto supone que una persona que ha podido vivir una situación traumática, pueda tener alterado el funcionamiento de estas áreas mencionadas, y que los mecanismos de supervivencia se activen independientemente de si el peligro es real o no. 

Además, cabe mencionar que cuando una persona ha sido traumatizada, las áreas cerebrales responsables del lenguaje, reducen de manera significativa su actividad. Por ello, no resultaría extraño que Daniel, en este caso, se “enmudezca” sin poder describir con palabras su horrible experiencia pasada por el ataque del perro. 

Por otro lado, en esta misma situación ejemplificada, Marcos tiene una percepción totalmente diferente. En su caso, cuando aparece el perro, el sistema límbico sigue mandando mensajes de advertencia al neocórtex, porque debe evaluar la novedad y decidir si existe o no un peligro real. Pero a diferencia de Daniel, su sistema límbico al percibir que no existe un peligro real, y sin encontrarse alterado, va a disminuir su actividad y va a mandar el mensaje de que “todo está bien”, sin activar los mecanismos de “lucha/huida/parálisis”. 

Por lo tanto, la constante activación de los mecanismos de supervivencia cuando no existe un peligro real, provoca que se libere un exceso de energía en nuestro organismo debido a la desregulación en la función cerebral que ha sufrido, como ocurre en el caso de Daniel, y se generen los síntomas de trauma. 

Para finalizar, cabe destacar que cuando predomina la hiperactivación prolongada en el tiempo en estas áreas cerebrales mencionadas, pueden aparecer los siguientes síntomas:

  • Ataques de pánico, ansiedad y fobias.
  • Recuerdos recurrentes.
  • Una respuesta de sobre salto exagerada.
  • Una sensibilidad extrema a la luz y el sonido.
  • Hiperactividad, inquietud. 
  • Una respuesta emocional exagerada. 
  • Pesadillas y terrores nocturnos.
  • Comportamiento de evitación y aferrarse.
  • Atracción a las situaciones peligrosas. 
  • Llanto frecuente.
  • Cambios de humor bruscos, por ejemplo,, reacciones de rabia.
  • Rabietas. 
  • Comportamientos regresivos, como querer el biberón, chuparse el dedo, mojar la cama, usar menos vocabulario, etc. 
  • Un incremento de comportamientos de “riesgo”. 

Recuerda que es importante estar pendiente si observas esta sintomatología en alguna persona de tu entorno, ya que si estas emociones o síntomas persisten demasiado tiempo y están causando un malestar emocional significativo, lo mejor es pedir ayuda a un profesional. 

Escrito por: Marta Díaz Fernández. 

Levine, P.A. y Kline, M. (2016). El trauma visto por los niños. Editorial Eleftheria. 

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